highlanders



Highlanders

Sentado inmóvil como una estatua y leyendo una edición de Malore, Macmillan 1896 el mismo año de Weir of Hermison, el dependiente; a diferencia de como se los imagina, no son robustos, son delgados de rostro alargado y cejas pobladas, la nariz siendo predominante no opaca los pómulos, las manos grandes y la piel blanca que se sonroja bellamente el verano, de piernas firmes y de paso rápido, el acento y el volumen de la voz, la propiedad para dirigirse a los desconocidos y la discreción con que hablan de ellos contrasta con la franqueza, la diligencia y la inteligencia para sumarse a conversaciones espontaneas en cualquier lugar menos dado al departimento. Sólo se asomó por encima de los lentes cuando un desconocido entró guardando un mapa en el bolsillo del abrigo, avanzó lentamente mirando los anaqueles. Era un corredor tapizado con repisas llenas de libros detrás de puertas de vidrio que se abrían apenas las tocaban dejando sin protección ejemplares de toda clase, enciclopedias, ficciones, crónicas, historias fantásticas que no faltan en Escocia. Esta tienda de libros estaba en Victoria St., una calle que baja o sube según la ubicación, una puerta de dos alas es todo el ancho de ella y tan profunda como una garganta engulle en su solitaria prolijidad, los libros se acumulan en el piso y sobre sillas en torres de un y medio metro, apenas dejando espacio para poner los pies. El desconocido avanzaba sorteando su propia sorpresa, los ojos empequeñecidos intentaban enfocar en la media luz las inscripciones en las cubiertas. El techo de doble altura sostiene dos lámparas sin uso, y en la ultima hilera la enciclopedia británica de  1850, carteles de campeonatos de rugby y banderas  lothianas. Casi al final no sorprendido, un lector asiduo restaba capítulos a la nueva adquisición de la tienda descripciones taxonómicas minuciosas del monkey-fish, levantó una ceja e hizo espacio para dejar pasar al visitante, su silueta iba embargando el tenue rayo de luz conforme se adentraba, volviendo el fondo en tinieblas,  conforme avanzaba subía una elevación casi imperceptible, el anaquel final que logro ver desde el primer vistazo en la calle se había tornado una pared negra, y sus sentidos se iban  privando de autonomía, frente a él solo quedaba oscuridad como un pasillo profundo hacia un pensamiento desconocido, con los ojos abiertos no podía distinguir nada, estaba en la penumbra total y estiraba las manos intentando tocar el fondo, sus pies parecían flotar sobre un piso oscuro del que tampoco estaba seguro de tocar.  El lector asiduo caminó hacia la puerta dando la espalda al desconocido pasando el dedo sobre uno de los muebles. La noche anterior le dijo el dependiente sin quitar la mirada del libro había cerrado temprano, a las tres, antes de que oscureciera, era enero, cuando las ratas se refugian en guaridas cálidas,  había levantado cada uno de los libros y retirado el polvo de los anaqueles, quitándole la personalidad al lugar, replicaría el otro inmediatamente, mientras el dependiente  le extendía dos entradas para la Liga de Naciones, él las tomó ansioso y camino hacia la puerta. Engullido por la garganta el desconocido se desvaneció, cayó como una plomada sobre una silla con revistas. El dependiente pasó la página. El otro se detuvo un momento en el umbral mientras sacaba los guantes y la bufanda de los bolsillos oscureciendo el interior. Al despertar en su mano izquierda el desconocido sostenía un libro pequeño de pasta dura y verde, con anagramas.

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