maquinaria emocional 2

Marko levantó el teléfono con el ce;o fruncido. los dientes iban mordiendo un pedazo de tocino. la cerveza sobre la mesa estaba caliente, sin espuma. me miró y sonrió, diciéndome que sabía quién lo llamaría. Se puede so;ar cona alguien que no conoces? se puede intervenir en la vida de alguien que no haz visto jamás?
Marko me dijo luego de responder tres "si" y un "no", que aquel jovencito era el carpintero que le iba a arreglar el techo de los corrales de los gallos. se metió la mano al bolsillo y sacó un pu;ado de maiz.
Me di cuenta que había estado escribiendo en el cuaderno de notas unas cartas para N. Ella era la que conoció mientras yo estaba de viaje. no se divertía tanto mirando los techos de lima con ella. N no sabía urgar en la vida de otros. se sentaba con el thermo lleno de café a mirar cómo los gatos iban comiendo entre guijarros y muebles viejos los pichones. a eso de las seis de las tarde las ratas salían de entre las grietas de los edificios y caminaban en siluetas gigantes entre las paredes. los collares de los perros brillsban más cuando ladraban a los roedores. ésos son gigantes que pueden pesaar hasta tres kilos de pura basura, el pelo negro y la cola que parece una soga larga. pueden comprimir la grasa a la mitad para escurrirse dentro de las casas y pasear sigilosas entre las ollas y las mantas de los bebes. los gatos se esconden de ellos. aún los gatos más avesados saben que no hay mucho que ganar, los miran arremolinados en las esquinas y pretender dormir profundamente mientras ellos cagan y se regociajan en parrandas dentro de las cocinas.
las mas porcinas salen de las tazas de ba;o, pero a ellas no las saludan ni las más podridas de los ríos. las ratas de los ba;os estan mladitas. se sientan a esperar hasta muy de madrugada silenciosamente para luego arremeter incluso contra los críos. no es raro escuchar chillidos de ratas madre que pelean con aquellas para salvar la vida de las peque;as. pero perder una o un par no es mal negocio si luego volveran las hambrientas a los desagues hediondos.
Marko tomaba fotografías de los atardeceres ratunos. N lo miraba perversamente. Me comentó que cuando empezó a contarle acerca de la maquinaria emocional, ella quedó en silencio mirándole los labios en la oscuridad de la noche de neblina. el frío se metia por la espalda y la luz de los faroles desaparecían con el resplandecer de los automoviles. las habitaciones con televisores encendidos en la lejanía de la privacidad no eran tentacion para ella. ella puso su mano sobre los labios de Marko y le dijo, me contó él, que "sólo quería tener sexo contigo".
Marko insitió en que aquello fue un acto espontáneo y no una manifestación de la maquinaria emocional. me dijo que ella lo había seguido deliberadamente los últimos veinte dias, mucho antes de que yo me fuera al primer viaje.
Cuando le pregunté si ella sabía acerca de las cartas, Marko tiró la cerveza al río, sacó los pedazos de pan y los regó por los socabones de las ratas. "para qué?" me preguntó. "para qué todo?" le respndí yo, "para qué todo?"
Marko fue demasiado ingenuo. Desde entonces jugar con la maquinaria emocional fue menos divertido.

Comentarios

Daniel Balboa ha dicho que…
Muchas gracias.

A mi me gustan tus textos.

La mejor máquina: el corazón.
e.p. palacios ha dicho que…
very welcome

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